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ISSN 1989-4163

NUMERO 136 - OCTUBRE 2022

 

El Próximo Viaje

Javier Neila

Pone el coche en marcha con suavidad, sin ahogar el motor, como le enseñé cuando aún era un niño. Arrancar el coche -le solía decir- es como atrapar a un pajarillo; si lo aprietas mucho lo ahogas, pero si lo haces poco, se te escapa. Igualmente al acelerar, hijo mío, la presión debe ser justa para que ni se te cale ni se te ahogue.

El viejo motor diésel del Tiguan empieza a bramar con los resoplidos furiosos de 140 caballos. Ya tiene 300.000 kilómetros bajo su capó, pero aún conserva la furia de los primeros días. Mi joven chófer ajusta sin prisa los retrovisores, adaptándolos a su corpulencia, y baja la ventanilla mientras pone su música. Una música acústica, primitiva y simple, que nunca he logrado entender, pero que con el tiempo ha terminado por serme familiar de oírla cada año, en cada aniversario, con cada reencuentro; como el tam-tam de un galeote que marca el ritmo de una rutina ingrata, embebiéndonos así en una extraña zona de confort, compartida, sedante e íntima.

Endereza ligeramente la vertical del asiento y maniobra para sacar el coche del aparcamiento en una maniobra impecable. Intento decirle algo, pero me es imposible. Noto en su mirada un fondo de melancolía y tristeza, e incluso reproche, propio del que echa en falta a alguien. Yo le miro callado desde la posición del copiloto, sonríéndole relajado, para darle ánimos; pero me engaño a mi mismo, porque sé que no me va a mirar. Hace fresco, pero aún así abre el techo solar. Se oye un ruido eléctrico y un breve seseo, y el cristal ahumado superior desaparece hasta más atrás de la mitad del coche, haciendo que nos envuelva una bocanada renovadora de aire frío y húmedo. Me parece bien y mantengo mi silencio. Siempre me gustó el aire en la cara y que se me estirasen los labios por el frío. Lo veo estremecerse por un escalofrío, que le hace girar la rueda de la calefacción, pero sin cerrar el techo, disfrutando así del contraste de temperatura. Mientras le observo de reojo, aprovecho también para mirar la carpa estelar que se dibuja anárquica e imponente sobre nuestras cabezas, y me fundo unos segundos entre sus constelaciones; algunas extintas hace miles de años, pero que aún dan esperanza y rumbo a navegantes intrépidos y peregrinos perdidos. Mientras me pierdo en el infinito absoluto, disfruto de una noche sin luna, tan densa que se podría cortar con un cuchillo...ojalá nunca terminase -reflexiono-, mientras vamos hilvanando con el hilo del silencio la linea discontinua y blanca de una carretera secundaria, vacía y sorda, con destino tan conocido como triste.

Le observo pensativo, con todo el amor que soy capaz de sentir, y con la pena de no disfrutar de él todo lo que quisiera; y mientras lo hago me voy fijando en su largo pelo castaño y su poblada barba, su rostro hermoso, sus ojos almendrados y su esquiva mirada, que decoran una tez clara, casi anacarada, que destaca radiante entre tanta oscuridad; como la figura de mármol de un hierático arcángel, armado, alado, esbelto, que sorprende por su perfección al caminante perdido entre tinieblas, al cruzar un cementerio abandonado. Es increíble ver que un ser tan indefenso, que protegiste con devoción y firmeza durante años, ahora es un hombre adulto y seguro de sí, capaz de asumir riesgos, vencer miedos -los propios y los que  le transmitiste- y tomar su propio camino, acertado o no. Sin dejar de ser hermoso, ahora es autónomo y fuerte, y eso me genera la sensación agridulce de la pérdida de momentos junto a él, tras años de forzada separación.

El viejo camino de asfalto brilla bajo la rociada, al iluminarse la negra madrugada bajo los faros del vehículo, que proyectan chorros de luz atrevidos y torpes, mientras vamos penetrando a tientas en la neblina serena y tupida que nos acompaña a baja cota; esa que sin reproches nos arropa tranquila y comprensiva, a pesar de que perturbamos su frágil quietud. Las luces del coche son entonces salvavidas de dos náufragos abandonados a nuestra suerte, en un angustioso océano compartido de voces calladas y reproches disimulados. Parece que la luz sea lo único que nos pueda salvar del abismo que nos engulle, proyectando hacia adelante redentores cordones de luz del color del relámpago, enganchados a unos imaginarios corceles, que nos arrastran en un faetón de recuerdos bajo la vía láctea, en un viaje en bucle a ese rincón del pasado, tras una puerta apuntalada, en el laberinto de la memoria.

Pone el intermitente, aunque nadie pueda verlo, y se orilla en el minúsculo arcén. Conecta las luces de avería. Se baja del coche y yo le sigo. Lleva un pequeño ramo de seis rosas rojas. Una por cada año que ha pasado. Lo deposita en una pequeña cruz de metal, castigada por el sol y la escarcha, que se erige sobre un pequeño cúmulo de piedras encementadas, a varios metros de la calzada. Empieza a intuirse el próximo amanecer y en el horizonte las nubes grisáceas empiezan a impregnarse resignadamente de sutiles pigmentos, que a estratos saltan del rojo al naranja oscuro y al amarillo. 

-Te hecho de menos papá.

Se arrodilla y pone las flores junto al túmulo, mientras murmura una corta oración.  La que yo le repetía todas las noches, cuando era sólo un niño.

- Yo si que te hecho de menos a ti, pequeño...

Se marcha en el coche que antes fue mío. El que conducía aquella noche nefasta, cuando me bajé para auxiliar en un accidente y me atropelló un camión. Entonces era yo el que le llevaba a él. Había perdido el autobús. Bajarme allí fue una torpeza que nunca podré remediar, y que no merecíais ni tú, ni tu madre, ni yo. La muerte siempre nos sorprende cuando menos lo esperamos, y de la manera más absurda nos deja una sensación extraña, metálica y helada, muy distinta a como la habíamos imaginado.

Mi espectro se queda junto a la cruz, pegado a la tierra, lánguido y desencajado, como cada año por esas fechas. Sí...claro que se sigue sufriendo después de la muerte.

Las dos luces rojas de los pilotos traseros se van desvaneciendo entre la niebla, al igual que mi espíritu con la alborada. Pequeñas lágrimas de ectoplasma corren por mi rostro intangible, mientras de nuevo vuelvo al mundo de los muertos, al que pertenezco, para esperar resignado hasta el año que viene. Entonces podré acompañar de nuevo a mi hijo, en otro  maravillosos viaje,  justo para el próximo aniversario de mi muerte.

 

 

 

 


 

 

El próximo viaje

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
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